Las expectativas generadas desde el pasado noviembre tras conocer el resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos se desinflan a medida que las tensiones geopolíticas aumentan y la inflación no termina de repuntar. Una situación particularmente intensa durante la semana en curso, donde las elecciones en Reino Unido, la reunión de política monetaria del Banco Central Europeo y la comparecencia de James Comey, el ex director del FBI cesado por el presidente Donald Trump, azuzan la incertidumbre entre los inversores.
Es por ello que muchos optaron por buscar cobijo en el bono del Tesoro estadounidense a 10 años, el flotador por excelencia en momentos de duda, cuya rentabilidad caía el martes hasta situarse en el 2,13% a dos horas del comienzo de la negociación regular en Wall Street. Es decir, estamos hablando de mínimos del año, en un momento en que uno de los principales acreedores de la primera economía mundial, como es China, parece dispuesto a seguir aumentando su tenencia de deuda americana después de meses de deshaciendo posiciones.
Prueba de ello ya se dejó notar el pasado mes de marzo cuando Pekín registró su mayor incremento en bonos del Tesoro estadounidenses de los últimos dos años, una acción que telegrafió al mercado que la segunda mayor economía mundial estaría estabilizándose a medida que unos controles de capital más estrictos han logrado frenar la fuga de capital. Sólo en marzo, China compró 27.900 millones de dólares en deuda americana, hasta un total de 1,09 billones de dólares. Aún así, Japón sigue postulándose como el mayor acreedor de EEUU, una posición que suele alternar con el gigante asiático.
«Una serie de múltiples compradores han entrado en el mercado de bonos por diferentes razones», explica en un informe Kevin Giddis, de Raymond James. «China dice que probablemente seguirá comprando treasuries debido al yuan mientras los riesgos geopolíticos, que cada vez son más reales, son lo suficientemente fuertes como para restar a la rentabilidad del bono a 10 años cerca de 10 puntos básicos en tan sólo siete días de negociación», añade.
Sin embargo, desde su punto de vista, «el talón de Aquiles» para los bonos a largo plazo es la inflación. En este sentido, es cierto que buena parte de los datos entrantes que hemos conocido durante las última semanas apuntan a una inflación más baja, no más alta. «Por esta razón mucho inversores ven esta situación como una oportunidad para comprar bonos», señala. «Mientras veamos una inflación baja (tanto en los precios como en los salarios), estancamiento en la reforma tributaria y la desregulación y un mayor riesgo de ataques terroristas es poco probable que suban los tipos de interés», avisa.
En estas circunstancias, uno de los sectores más afectados por esta dinámica vuelve a ser el sector bancario de EEUU, uno de los que más repuntó tras el resultado electoral del pasado 8 de noviembre y que se ha ido desinflando desde que arrancase el año. Durante la jornada del martes, el KBW banks índex, que incluye a las mayores entidades financieras comerciales del país, caía casi un 1%. Bank of America, cuyos títulos subieron un 50% entre el 8 de noviembre y el 1 de marzo, ha visto como sus títulos han borrado un 13,2% desde entonces y el martes cedían un 1,2% . Durante la segunda jornada bursátil de la semana veíamos como Wells Fargo caía un 0,7%, Citi un 1,1% y JPMorgan cerca de un 0,4%.
Pese a la caída de la rentabilidad del bono americano, el 90% del mercado descuenta ya que veremos una subida de tipos el próximo 14 de junio, cuando la Reserva Federal culmine su reunión de política monetaria de dos días. Sin embargo, las dudas comienzan a invadir la mente de muchos inversores sobre lo que ocurrirá a partir de entonces.
Jay Hatzius, economista jefe de Goldman Sachs, ya observa la posibilidad de que la Fed sacrifique la tercera subida de tipos prevista para este año dados los rifirrafes políticos que enfrentará Washington en el tercer trimestre. «Mantenemos abierta la perspectiva de que quizás sea más prudente dados los últimos datos macroeconómicos mixtos y la posibilidad de presiones políticas derivadas de la necesidad de incrementar el techo de la deuda y extender la autoridad de gasto, que la Fed opte por no activar una tercera subida de tipos este año», indicó en un informe distribuido la semana pasada entre sus clientes.
En este sentido, Hatzius señala la reunión del próximo 13 y 14 de junio como un evento clave, ya que además contará con la rueda de prensa posterior de Janet Yellen, presidenta de la Fed. «Esperamos que la reducción del balance comience en septiembre», señaló al mismo tiempo que indicó que este hecho, que Goldman anteriormente tenía previsto para el mes de diciembre, es un proceso de ajuste monetario que «ni siquiera equivale a una subida de 25 puntos básicos». Es por ello que la reacción del mercado de renta fija al conocer que el banco central prepara el adelgazamiento de su balance ha sido nula.
De esta forma, al adelantar la fecha del comienzo en la reducción de su balance, que asciende hasta los 4,5 billones de dólares, la Fed ganaría algo de margen a la hora de sopesar el impacto que puede tener el pulso político en la capital estadounidense en la economía. EEUU debe incrementar su límite de endeudamiento a finales de verano y aprobar un presupuesto antes del 30 de septiembre. Dependiendo de lo que ocurra durante los últimos coletazos del verano y el despunte del otoño, Yellen y sus chicos decidirán si proceder, o no, con una tercera subida de tipos en su reunión del próximo 12 y 13 de diciembre.
De momento, los expertos de Goldman rebajaban recientemente sus previsiones sobre la rentabilidad del bono americano a 10 años para finales de este año. Si a comienzos del año la situaban en el 3%, en estos momentos recortaron dicha meta en 25 puntos básicos hasta el 2,75%, una medida similar tomaron sus homólogos en JPMorgan mientras que desde Bank of America mantienen su previsión en el 2,8%.
Fuente: El Economista