A sus 30 años, el An-225, el avión más grande del mundo, guarda reposo en la antigua base aérea ucraniana donde la Unión Soviética (URSS) realizaba pruebas de vuelo secretas y que hoy funciona como el aeropuerto de Gostomel, según publicó la BBC de Londres.
Su tamaño es tal que solo el área de carga ya es más larga que el recorrido que hicieron los hermanos Wright durante el primer vuelo de la historia.
La última vez que se elevó por los aires fue en 2016, cuando fue contratado para dos encargos que le tomaron unos tres meses.
La edad, sin embargo, no es la culpable de su escasa actividad. Es más, la aeronave acaba de ser actualizada y Antonov, la empresa propietaria, asegura que podrá seguir volando 20 años más.
Pero los clientes deben pensárselo bien antes de requerir sus servicios, ya que el precio asciende a US$30.000 la hora.
Hasta ahora, se ha utilizado para el traslado de cargas grandes y pesadas, como el generador de energía que llevó el año pasado desde República Checa hasta el oeste de Australia.
Pero ahora, nuevos horizontes le aguardan a Mriya, la palabra ucraniana para «sueño» y que el pueblo utiliza para referirse al An-225.
Un lanzador de satélites
Mriya fue un costoso proyecto de la URSS que, sin embargo, tenía como objetivo ahorrar costos.
El gobierno necesitaba trasladar a Burán, el primer transbordador espacial soviético, desde Moscú hasta el sur de Kazajistán, donde se encontraba el cosmódromo de Baikonur.
Pero el gasto para construir una carretera que cruzara dos ríos y atravesara los montes Urales era muy alto.
Los cálculos señalaban que invertir en un programa para construir un avión gigante resultaba más rentable.
«Hoy es difícil apreciarlo, pero en esa época fue impresionante. Costaba mucho creer que una máquina tan grande pudiera volar», le asegura a la BBC el ingeniero de Antonov que lidera el proyecto An-225, Nikolay Kalashnikov.
Su equipo modificó la estructura de otro modelo, el An-124 Ruslan: añadió un par de motores, trenes de aterrizaje, extendió el fuselaje y rediseñó la cola para que el Burán y el cohete que lo lanzaría, el Energía, pudieran desprenderse de la aeronave en pleno vuelo y partir hacia el espacio.
«Era posible cargarlo todo, la nave espacial y todos sus elementos encima del avión», recuerda el director de las aerolíneas Antonov, Mikhail Kharchenko, que considera que aún hay posibilidades de utilizar el An-225 como plataforma de lanzamiento aéreo.
«Aproximadamente el 90% de la energía de los lanzadores se gasta en alcanzar los primeros 10 kilómetros. Podemos poner una aeronave en la espalda del An-225, volar hasta esa altura y lanzarla desde allí. Desde esta perspectiva de costes, el beneficio económico sería inmenso», insiste.
La idea china
La empresa privada AICC (Airspace Industry Corporation of China), dedicada a la industria aeroespacial y de defensa, firmó el año pasado un convenio para transformar el An-225 en una plataforma comercial de lanzamiento de satélites, un sector que duplicó sus beneficios entre 2006 y 2015, según los datos de la compañía.
«El An-225 podría lanzarlos desde cualquier altura inferior a los 12.000 metros. Su tiempo de lanzamiento es flexible, preciso y es capaz de poner el satélite en la órbita deseada de forma rápida, lo que reduce mucho los costes», afirma el director de AICC, Zhang Youshengtells.
Los nuevos planes para Mriya pasan por incrementar el peso que puede soportar el avión hasta convertir a China en la nación con más capacidad de carga del mundo.
El proyecto de la AICC prevé la construcción de una flota de 1.000 unidades de este modelo.
Algo que crea sentimientos encontrados en sus creadores.
«No hace ningún daño que los chinos quieran comprar esta aeronave, pero claro que nadie quiere venderla», dice Kalashnikov.
«Mriya no se puede separar de Ucrania, es nuestro bebé y algo de lo que nuestros hijos y nietos siempre podrán sentirse orgullosos«.
Después de todo, se trata de uno de los inventos que más reconocimiento ha traído al país.
El primer piloto del An-225, Alexander Galunenko, aún recuerda cuando llevaron la aeronave por primera vez a Estados Unidos para participar en un evento de aviación en Oklahoma.
El público supuso de primeras que el aparato más grande del mundo había sido construido por la firma Boeing, cuenta: «Tuvimos que decirles que lo había hecho Antonov».
«Así que preguntaron: ‘¿Dónde queda Antonov?’ Y les dijimos que era una compañía en Kiev. Así que preguntaron: ‘¿Qué es Kiev?’ Y les dijimos que se encontraba en Ucrania y, por supuesto, preguntaron: ‘¿Pero qué es Ucrania?'».
Se vieron obligados a sacar un mapa y marcar la ubicación de la capital ucraniana.
«Conseguimos enseñar nuestro avión y una lección de geografía a los estadounidenses», concluye Galunenko.